miércoles, 12 de febrero de 2014

EN LA CASA DE MI PADRE


EN LA CASA DE MI PADRE “Una reflexión en el camino”
Por Guillermo Ávila




“No se turbe vuestro corazón, creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino” Juan 14:1-4
Eran momentos  de turbación en los discípulos, Jesús les venía anunciando acerca de su partida, de la necesidad de ir y morir en la cruz, pero para ellos,  que lo habían dejado todo por seguirle, eran momentos de decepción y turbación a pesar de la promesa de Jesús que no los dejaría solos, que les enviaría al Espíritu Santo, quién estaría con ellos, como él lo había estado durante más de tres años.

¿Dónde iba Jesús?
Claramente lo expresa, a la Casa de su Padre, y su deseo era que ellos también estuviesen con Él en ese lugar donde habían muchas moradas: Quiero que donde Yo estoy, vosotros también estéis”

Por esta causa, era necesaria su partida, para poder prepararles la posibilidad de que ellos también accedieran a ese Glorioso lugar: “Voy pues a preparar lugar para vosotros”
¿Quién necesitaba preparación? ¿Qué lugar se debía ordenar y limpiar adecuadamente? ¿El Cielo? ¿La Casa del Padre?

El Cielo, la Casa del Padre, es perfecta, es santa y es gloriosa. No necesita de ninguna reparación ni limpieza.
Nosotros, los seres humanos, necesitamos ser ordenados, limpiados y vestidos adecuadamente para acceder a ese maravillo lugar, Jesús reveló esa condición: “Y entró el rey para ver a los convidados, y vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Más el enmudeció. Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes”

La Misión de Jesús era abrir el camino al Padre y preparar un pueblo santo para El.
Cristo por amor se entregaría en la cruz, para santificarnos, para purificarnos en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentarnos al Padre como un pueblo glorioso, que no tuviese manchas ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santo y sin mancha, porque Dios es Santo, Santo, y Santo.

Jesús  debía ir a la cruz, pues en ese lugar nos prepararía para acceder a las Moradas eternas.
Jesús en la cruz como cordero debía morir por nuestros pecados, y tomar sobre sí el castigo de nuestras transgresiones.

Es en la Cruz donde nuestros pecados fueron perdonados, nuestras almas fueron salvadas de su eterna condenación, en la cruz Cristo nos redimió, nos lavó por medio de su sangre y nos vistió adecuadamente para morar eternamente con Él junto a su Padre.
En ese acontecimiento el velo del templo se rasgó, y el camino al Padre quedó accesible para todos los hombres.

Dios le dio un visión al apóstol Juan de estas Moradas eternas, del Cielo, donde Dios tiene su trono y los redimidos por medio de la sangre del Cordero disfrutan de su gloriosa presencia: “Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y declaraban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero”
Jesús vino para llevarnos al Padre y para mostrarnos el camino.

“Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino”

Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?
Jesús dijo a Tomás y nos dice a nosotros hoy: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”

Al Padre no van los “buenos” pues todos somos pecadores y hemos sido por causa del pecado destituidos de su gloria.
Al Padre van los que han creído en el sacrificio de Cristo, y han sido lavados por medio de su sangre, reconociéndole y confesándole como el Señor de sus vidas.

“Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”
Esta es la palabra de fe que predicamos.


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